Qué cierto es que por mucho que nos cuenten las cosas, hasta que no las vivimos y las experimentamos, no las aprehendemos. El pasado mes de octubre se declara un brote por contagio de COVID 19 en nuestra residencia. Queremos compartir con todos/as la siguiente reflexión.
Cuando recibes una llamada telefónica a las 8 de la mañana y
un familiar te dice “buenos días, me dicen desde el hospital que mi hermana
es positiva en COVID”, se ponen en marcha todos los mecanismos necesarios para
evitar el mayor número de contagios; para que todo aquello que has visto en las
noticias durante meses no pase en “lo tuyo”. Llamadas de teléfono,
organización del personal del centro, coordinación con Centro de Salud,…horas y
horas y más horas invertidas con un único propósito: EVITAR que las personas puedan contagiarse. ¡Comienza
la locura!
Desembarcan en el centro los sanitarios y confías plenamente
que todo servirá para EVITAR contagios.
Pasan los días y ves que por más que luchas, por más que lo
intentas, por más que te esfuerzas, los contagios son imparables. Una sensación
de impotencia te invade; miras y ves cuál ha sido el resultado… personas
desubicadas que son trasladadas de un espacio a otro, que deben permanecer
aisladas en sus habitaciones, personas que hay que contener para someterlas a
múltiples tests en contra de su voluntad, que no reconocen a sus facilitadores
porque van disfrazados de astronautas (EPIS), personas que son trasladadas
solas a hospitales, que no saben porqué todo esto, para qué todo esto.
Todas son PERSONAS. Personas que han sido devoradas por esta lucha contra
el virus y por la propia institución. La institución que es la verdadera trampa
mortal para ellos/as.
La pregunta ahora es si esto habría sido igual si en lugar
de hablar de un centro con 36 plazas, todo hubiera sucedido en un hogar en la
que convivieran cuatro o cinco personas con discapacidad. ¿Cuál habría sido el
resultado?.
El pasado mes de marzo el director de Medio Ambiente de la
ONU, Inger Andersen, aseguró que la naturaleza se está manifestando frente a
las afectaciones generadas por el hombre. La pandemia COVID-19 y la actual
crisis climática son muestra de ello. Ojalá desde las administraciones
públicas, movimiento asociativo, … y todos aquellos agentes que tienen alguna
responsabilidad sobre estas personas, pudiéramos llegar a una reflexión
similar: el COVID-19 ha venido a enseñarnos que las instituciones no protegen;
deshumanizan e invitan a que los derechos de las personas sean vulnerados.
Comentarios
Todo ese pensamiento se ha venido abajo con la entrada del virus y a puesto al descubierto la vulnerabilidad de estos espacios. Ahora pensamos que los pisos tutelados pueden ser la mejor opción y una mayor flexibilidad en el tiempo que una persona pasa en su casa, ya qué antes una crisis es siempre que se pueda, su núcleo familiar una alternativa para que otros usuarios sin está posibilidad sean mejor atendidos.